Aún la recuerdo

Aún recuerdo el día que conocí a Ana, o quizás no, alguien, cuyo nombre tampoco importa pero al que llamaré Antonio, al que tuve que matar dijo de mi que estaba senil, y puede que tuviese razón, lo raro no es que la tuviese sino que lo dijese después de muerto. En fin esta es nuestra historia, la de Ana y Chus, al menos nuestra historia tal y como yo la recuerdo.

Había terminado yo una relación personal con otra bella mujer, de la que no importa ahora su nombre pero que los efectos que correspondan llamaremos Henar, una morena de armas y fusta tomar, a la que aún seguía unido por cuestiones de negocios, una relación ya estrictamente profesional sin derecho a roce. Somos algo así como Belén Esteban y Toño Sanchis pero en plan chungo, ya os podéis imaginar la ostia de chungos que somos.

Para intentar olvidarme de ella (tengo que reconocer que la pequeña cabrona había dejado huella en mi, en concreto un tatuaje que me hizo después de drogarme), un día estaba haciendo mi ronda bloguera cuando, sin saber como, caí en su blog. Después de levantarme, supe que estaba enamorado, Ana rondaba la cuarentena (había contraído no se qué enfermedad rara) y no había perdido ni un ápice de su belleza, rubia, preciosa, de las que te enamoran con solo verla. Charlamos un poco, ya sabéis, cosas intrascendentes como que tiempo hace más bueno para estas alturas del año, parece mentira que estemos en Diciembre, etc. en resumen, estábamos tanteando mutuamente el terreno. Yo ya estaba enamorado (¿no os había dicho que era de las te que enamoran con solo verla?), pero ella tenía que enamorarse de mi, cosa que no fue difícil gracias a mi gran don de gentes y savoir faire, en cinco minutos ya la tenía a mis pies… suerte que los había lavado aquella misma mañana.

Hablando y hablando nos dimos cuenta de que vivíamos cerca el uno del otro. El día que quedamos en su casa (que queréis, tendría que haber sido al revés pero es lo que hay si no quiero tener que «dar pasaporte» a mis visitas), antes de terminar de darme la dirección ya estaba saliendo hacia la misma, eso si, sin olvidarme de llevar mi libro de posturas.

Cuando la vi en persona me sorprendió, era aún más guapa que en la foto y ella pues… no es por presumir, pero quedo impresionada por mi elegante porte y mi voz grave y profunda amén de mi cabello entrecano que me hace extremadamente sexy. Digamos que fue un flechazo a primera vista.

Me llevó a su sofá y me dejó allí sentado mientras ella iba a ponerse cómoda y preparar algo de bebida. Mientras ella estaba a sus cosas me fijé en que, en una de las paredes, tenía una foto llena de pequeños agujeros de alguien a quien creí reconocer. Cuando volvió Ana confirmo mis sospechas, era un tal Óscar, un empalagoso quiropráctico que no la dejaba en paz y con el que se desquitaba tirándole dardos a su foto.

A todo esto, se había puesto un chándal de estar por casa con zapatillas a juego y en la mano traía un par de copas que según dijo contenían agua pero yo, que no soy tonto y compro en una gran cadena llamada (espacio publicitario disponible), al primer sorbo supe que era ginebra en realidad, no se porqué pero no me sorprendí, ya me extrañaba que el agua estuviese en copas de fino cristal en lugar de vasos de cocina, al menos no es ron pensé para mis adentros…

Después de los preliminares los dos estábamos calientes ya que la calefacción estaba a tope. Le dí un beso atornillao que la dejo más p’allá que p’acá, es lo que tiene quitar la respiración, y me propuso ir a otra parte de la casa donde estaríamos mejor para ver mi libro de posturitas. Dicho y hecho, además los dos estábamos ya al borde del sofá, prácticamente en el suelo. Anote mentalmente que debería decirle que tenía que comprar un sofá más ancho.

Pero la diosa Fortuna no estaba de mi lado. Nada más ponernos a practicar la primera postura y estando yo en gayumbos todavía, tampoco era cosa de impresionarla con mi máquina del amor a las primeras de cambio, me dio un pinzamiento en el nervio ciático que me dejo en el sitio. Mientras Ana ponía cara de circunstancias, intenté todo lo posible para volver a recuperar algo de mi dignidad pero, después de volver a anotar mentalmente que debería practicar yoga, no me quedo más remedio que llamar a una ambulancia. Después del consabido cachondeo, los camilleros me trajeron aquí, desde donde os escribo esta historia, un sitio al que llaman «el Marítimo». Si amigos y amigas, aún la recuerdo y todavía me duele como si fuera ayer, ¡coño, cómo que fue ayer!.

Ana, espérame cielo, cuando salga de aquí seguiremos donde lo dejamos.

¡¿Hay alguien ahí?! ¡esta camisa no es de mi talla! ¡¿He dicho que si hay alguien ahí?! ¡no, no, la inyección noooooo! ¡que hace pupitaaaaaa!